El gran Orson Welles




George Orson Welles nació el 6 de mayo de 1915 y murió un 10 de octubre de 1985, con una máquina de escribir en su regazo. Estaba escribiendo un nuevo guión. Director de cine, productor, actor, guionista, autor de ensayos, obras de teatro, relatos e incluso columnista de prensa, fue un prolífico y polifacético artista y, sobre todo, un gran ilusionista con una concepción mágica del espectáculo que le hace diferente a los demás.

Su última aparición fue, pocos días antes de su fallecimiento, en la serie de televisión Luz de luna (Moonlighting, 1985-89, Glenn Gordon Caron), en la que hacía un cameo en el cuarto capítulo de la segunda temporada, en el que se rendía homenaje al cine negro de los años 40.

Con motivo de la efemérides que conmemora el centenario de su nacimiento, este post quiere ser un pequeño tributo a su imponente figura.


El embrujo de Orson Welles



Debo reconocer, de antemano, que no es uno de mis directores de cine favoritos, aunque admiro su trabajo. Por otra parte, lo cierto es que, al margen de su famoso matrimonio con Rita Hayworth, no conocía ningún detalle sobre la vida de Welles. Necesitaba, por tanto, explorar su faceta humana, acercarme al hombre que se escondía entre bambalinas. 

De inmediato, sentí la fascinación del personaje. 

Descubrir que el pequeño Orson vio marcada su infancia por el divorcio de sus poco convencionales padres, un ingeniero acomodado, con veleidades de inventor y una pianista, cuya tormentosa relación y pronta desaparición influyeron notablemente en él, me dio la primera pista. Según rezan toda sus biografías fue un niño precoz y, efectivamente, a los diez años, era actor, poeta y dibujante, pero no todas cuentan que a esa misma edad, no sabía sumar y sentía un pavor insuperable por las matemáticas que le acompañó toda su vida.

Mi primera gran sorpresa fue la revelación de su interés por la magia, en la que le inició, en París, el  gran Houdini. Como explica Ramón Mayrata en su post acerca de lo que se convirtió, en realidad, en una auténtica pasión para el gran cineasta: “Orson Welles era partidario del secreto. Su permanente dedicación al arte del ilusionismo teatral fue uno de sus secretos mejor guardados. Al gigante con rostro de niño le gustaba ofrecer pistas falsas. Formaban parte de su concepción mágica del arte, del cine y del espectáculo que en esencia consiste en borrar las fronteras entre la realidad y la ilusión.” Esa devoción por el ilusionismo da otra dimensión, no sólo a su trabajo, sino a su propia personalidad. 

Desde que su tutor le regalara su primera caja de magia, el ilusionismo entró a formar parte integrante de su vida. Conocedor de la seducción que ejercían en el público, lo sedujo, con sus trucos de mago, empleando con frecuencia efectos de magia en sus producciones teatrales o cinematográficas.

Ramón Mayrata recuerda a modo de ejemplo que Welles: "[...]Con poco más de 20 años fundó su propia compañía –el Mercury Theatre y recurrió a su experiencia como ilusionista para adaptar efectos de magia a sus montajes. El gobierno de Roosevelt puso en sus manos el Maxine Elliot´s Theatre de Nueva York, al que consideró una caja de magia ampliada. Una de sus producciones fue el Fausto de Marlowe en el que incluyó levitaciones y escamoteos, bajo una luz negra que provocaba que los actores aparecieran y desaparecieran de repente en un espacio escénico desnudo y oscurecido." 

El gran director adoraba crear “ilusiones”, con cuyo “realismo” pretendía sorprender al espectador. Nunca perdió su interés por los juegos y en recompensa, éstos se convirtieron en un medio de vida –hacía juegos de manos en programas de TV– durante los años en los que no consiguió llevar a término ninguno de sus proyectos en la gran pantalla.



Orson Welles and Lucille Ball
Orson Welles realiza su truco conocido como "Broomstick Suspension" –suspensión sobre escobas– para el programa I Love Lucy (1956).


Asombrar era para él una forma de expresión, una verdadera necesidad y, puedo asegurar que, en cada una de mis singladuras en pos de Welles, he encontrado elementos suficientes para ello.

Como anécdota en la que se refleja la singular personalidad del genial cineasta, os contaré que, con ocasión de una entrevista hecha por la televisión norteamericana, se le preguntó: "¿Cuál es la mayor enseñanza que puede usted dejar a los jóvenes directores?" Welles, al que le encantaba disfrutar de una buena mesa, sorprendió a todo el mundo, dando por respuesta su receta de salsa boloñesa.





Mis almuerzos con Orson Welles



Disfrutar al mismo tiempo de una deliciosa comida y de una conversación agradable, era, sin duda una de sus pasiones. Visitaba los mejores restaurantes y le gustaba, especialmente, la cocina española. El conocido mesonero segoviano Cándido, narra que el gran Orson era el “estómago más recio que había pasado por su casa, asegurando que sólo él era capaz de comer un cochinillo entero, además de otras viandas.

Fue, precisamente, explorando esta afición del polifacético Orson, cuando, me topé con el libro Mis almuerzos con Orson Welles, conversaciones entre él y Henry Jaglom, director, actor y dramaturgo londinense. Se trata, sin duda, de una publicación singular, diferente, dentro de la bibliografía entorno a la figura del director de Sed de Mal (Touch of Evil, 1958).

Henry Jaglom grabó las conversaciones mantenidas durante sus comidas con el creador de Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941) y a instancia de éste, desde 1983 hasta el 10 de octubre de 1985, en que, un fulminante ataque al corazón, interrumpió definitivamente sus tertulias. Orson puso como condición que su amigo, 23 años más joven y al que conocía desde comienzos de los años 70, mantuviera escondida su grabadora. El resultado: unas cuarenta cintas magnetofónicas.


Orson Welles and Henry Jaglom
Orson Welles y Henry Jaglom, grandes amigos que también aparecieron juntos en Alguien a quien amar (Someone to Love, 1985, Henry Jaglom), la última cinta en la que apareció Welles.
Imagen vía WUNC.


Jaglom y Peter Biskind, periodista, crítico cultural e historiador de cine estadounidense, entraron en contacto casi tres décadas después de aquellas comidas que se escenificaron en Ma Maison, el afamado bistrot, propiedad de Patrick Terrail, situado en el West Hollywood que Welles, amante de la buena mesa, frecuentaba y en el que, casi cada semana, desde principios de 1978, almorzaba con Jaglom. El restaurante había abierto sus puertas en 1975 en un poco glamuroso bungalow, en el que se había instalado una tienda de alfombras. No obstante, pese a su poco interesante aspecto, se convirtió en poco tiempo en el restaurante de moda de Hollywood. Welles, gran amigo del propietario, trasformó el lugar que ocupaba en el establecimiento, en una especie de oficina personal. Curiosamente, Ma Maison cerró, aproximadamente, un mes después de la muerte de su principal cliente.

Después de que Jaglom accediera a transcribir las cintas, Biskind se ocupó de editar el material en dos partes y 27 capítulos. El libro, además de los comentarios de Welles sobre diferentes temas, entre ellos y, muy especialmente, sus opiniones sobre personajes de Hollywood, actores, productores, directores, guionistas –a quienes conoció y trató–, contiene una introducción, de unas treinta páginas, en la que Biskind, por encima de todo, nos ofrece su punto de vista sobre la personalidad del singular cineasta.

 “Mil anécdotas, mil recuerdos, mil comentarios. Las más de 300 páginas de Mis almuerzos con Orson Welles contienen un caudal arrollador que, en efecto, fluye con velocidad y estrépito… Un festín.”. Esto escribía el 12 de junio el periodista Manuel Hidalgo, a propósito del libro en El Cultural.


Un truco más


El asombro que me ha acompañado a lo largo de mis investigaciones sobre el famoso director, se convirtió en estupefacción al comenzar la lectura de “Mis almuerzos con Orson Welles”. Muchos de sus comentarios me han hecho sonreír, con otros no he podido evitar una mueca y, algunos, lo creáis o no, me han dejado con la boca abierta. 

Como prueba de lo que os cuento, aquí va un ligero tentempié: "Nunca soporté mirar a Bette Davis, así que no quiero verla actuar". "Odio físicamente a Woody Allen [...] Tiene la enfermedad Chaplin, esa particular combinación de arrogancia y timidez me pone de los nervios". 


Orson Welles y Charlie Chaplin conversan en el Hollywood Brown Derby (1947).
Imagen vía Cinearchive.


Y qué me decís de estas otras perlas:

"El padrino (The Godfather, 1972, Francis F. Coppola) es una glorificación de un puñado de vagos que nunca existieron. Los mejores de ellos eran el tipo de gente que esperas conduzcan un camión de cerveza. No tenían clase. Los gangsters con clase son una invención de Hollywood".

"Ciudadano Kane es una comedia en el sentido clásico de la palabra, porque las intercepciones trágicas son parodiadas".

"Adoraba a Carole Lombard. Fue un amiga muy cercana. [...] ¿Sabes por qué cayó su avión? [la actriz falleció en un accidente aéreo en 1942 en Nevada] El avión estaba lleno de grandes físicos americanos, lo derribaron los nazis. Ella era una de las civiles a bordo. El avión estaba lleno de agujeros de bala. Agentes nazis en América. Es una película de suspense de verdad".

Califica a Joseph Cotten como "brillante" y dice de John Wayne que fue: "uno de los más educados que he conocido en Hollywood".

Embebida en sus disquisiciones, sólo me importó, al principio, cual sería el tema y el personaje que aparecerían en el capítulo siguiente. Sin embargo, pasado un tiempo, a pesar de la fascinación que ejercían en mí las palabras de Welles, empecé a notar que el estilo era demasiado exagerado. Como la ampulosa gesticulación de los actores en el cine mudo. Y, de repente, caí en la cuenta. ¡Era él quien había pedido a Jaglom que lo grabara!

El maestro de la sorpresa, el gran ilusionista, el mago del cine, lo conseguía de nuevo. Lejos de mostrar su verdadera personalidad, colocaba sus espejos frente a mí, para mostrarme una quimera y ocultarme su secreto. En este caso había planeado con mucha antelación el espectáculo, pero estoy segura de que él había calculado perfectamente su impacto. Puedo imaginar su rostro de niño convulsionado por la risa. Un juego más.

Es imposible conocer, sobre todo si él no lo permite, a un hombre de tamaña inteligencia que afirmaba sobre sí mismo: "Todo en mí es una contradicción, igual que en cualquier otra persona. Estamos hechos de oposiciones, vivimos entre dos polos. Hay un filisteo y un esteta en cada uno de nosotros, un asesino y un santo. Los polos no se reconcilian. Simplemente se reconocen".

Mi hija dice siempre que conocer es amar. Tiene mucha razón. Ahora, en el centenario de su nacimiento y treinta años después de su muerte, éste es mi personal homenaje a la imponente figura de Orson Welles, un hombre singular, por el que he acabado sintiendo verdadero afecto. 

Tu magia siempre nos acompañará Ciudadano Welles.

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