ABRIMOS LA PUERTA DE... El Stork Club




La Edad Dorada del cine, aquélla a la que los cinéfilos atribuimos todo el glamour y la fascinación posibles, fue a la vez un período en el que una serie de establecimientos visitados con frecuencia por las estrellas del momento, florecieron y brillaron hasta formar parte también de este universo de nostalgia al que solemos recurrir con sumo placer. Mencionados en multitud de films, estos locales se convirtieron en innegables protagonistas. Por sus mesas desfilaron los actores, actrices o directores más cotizados, por la prensa y por el público, del momento. 

Situémonos ahora en Nueva York, en pleno corazón de Manhattan, porque allí encontraremos algunos de los mejores locales de cine.

Uno de estos míticos establecimientos, por derecho propio, es el Stork Club. Sofisticado, cosmopolita y dirigido por el carismático Sherman Billingsley*, este local nocturno se convirtió en el centro ineludible de la atención mediática en Nueva York, aunque el origen de su nombre sigue siendo todavía un misterio. La Jet Set más espléndida frecuentó el club, en los años 30, 40 y 50. Si realmente se deseaba figurar en esos tiempos, no había lugar mejor para tal cometido. Es del todo imposible encontrar, hoy en día, un local equiparable al Stork Club. Ninguno en el que cada noche sea posible avistar, con seguridad, entre cinco o diez famosos o con unas listas de espera internacionales, plagadas de nombres de un brillo tal que compita con la multitud de flashes que los rodean. Abróchense los cinturones, va a ser una noche movidita…


Situado en la 53rd Street, al este de la Quinta Avenida, el club empezó su andadura en 1929 como un speakeasy*. El período de Ley Seca, que tuvo vigencia entre 1920 y 1933, fue la causa principal de esta increíble proliferación de locales nocturnos. La imposibilidad, especialmente para aquéllos que celebraban fastuosas fiestas en sus casas, de adquirir bebidas, favoreció que se desplazasen tales eventos dónde se sirviera alcohol. De forma clandestina, Billingsley, abrió su establecimiento en 1929 y lo situó en la 58th Street. Descubiertas sus actividades, fue obligado a cerrar su club en 1931. Dos años más tarde, una vez abolida la prohibición, trasladó y volvió a inaugurar su mítico local. Durante su intensa existencia (que perduró hasta 1965, justo un año antes de ser finalmente demolido), convivió con una turbulenta era que fue testigo de grandes cambios en la sociedad americana como la Gran Depresión, la Segunda Guerra Mundial o la lucha por los derechos civiles afroamericanos.

Localización del Stork Club original, en la 53rd Street en pleno Manhattan.
Localización del Stork Club original, en la 53rd Street en pleno Manhattan. 


El secreto de su éxito


La vorágine de esos años, rivalizaba con el desenfreno y la exaltada actividad que tenía lugar dentro del Stork Club. Entre su clientela habitual se encontraba la alta sociedad neoyorkina, cotizados deportistas, las más preciadas celebrities de Hollywood y Broadway, famosos columnistas de sociedad e, incluso, jefes de estado. Billingsley fue capaz de convertir un controvertido negocio, que empezó con la ayuda de dos profesionales de las apuestas de Nueva York, en un local de referencia del lujo y el glamour, que proyectaba más allá de sus puertas, su sueño de repercusión y de proyección social. La tramposa necesidad de pertenecer a un grupo social que catapultaba a la cúspide de la fama, fue uno de los motivos del éxito de esta fastuosa sala de fiestas, pero no fue el único.


Orson Welles y Edward G. Robinson charlan animadamente en el Stork Club.
Orson Welles y Edward G. Robinson charlan animadamente en el Stork Club.

Entre las razones principales de su ascensión como el mejor nightclub del mundo, se encontraban su ultra exclusiva entrada y su trato o, mejor dicho, su opulento mimo para atender a sus clientes más especiales. Parte de este mimo, consistía en agasajarlos con fastuosos regalos. La abundancia de estos artículos, comprendía el mejor champán francés, cautivadores perfumes, polveras con diamantes y rubíes, y así hasta completar una lista de productos, que costaban a su dueño más de cien mil dólares al año. Además de tan espectaculares obsequios, el Stork Club contaba con una sala privada a la que se denominaba como Cub Room. Una estancia vip, custodiada y servida por unos camareros considerados como un servicio imperial, cuyo capitán era nombrado Saint Peter, en honor al santo que guarda las puertas del cielo. Un marketing cuanto menos, divino.

El más popular de los Saint Peter, fue John "Jack" Spooner, conocido en aquellos tiempos como 'el camarero más famoso de América'. Este legendario profesional supo como ningún otro, ganarse el respeto y el afecto de las celebridades que atendía. Desde sus inicios como camarero en el famoso Waldorf, se le asoció con su servicio a las personalidades más notables de Nueva York. Su incorporación al empíreo personal del Stork Club, fue todo un éxito, tanto para Jack como para el insigne local.


John 'Jack' Spooner entreteniendo a Raymond Massey y señora. Imagen vía LIFE©
John 'Jack' Spooner entreteniendo a Raymond Massey y señora.
Imagen vía LIFE©


Un invitado de excepción


La incisiva personalidad del periodista Walter Winchell, fue otra presencia fundamental, para la tremenda notoriedad que alcanzó este local. Con una visión privilegiada, desde la mesa 50, y a través de su ínclita columna de sociedad semanal en el New York Daily Mirror (propiedad de William Randolph Hearst*), sus palabras dictaban el ascenso o el ocaso, de toda celebridad que se exhibiese en tan sublime establecimiento. Si los Saint Peter eran los guardianes de este reino celestial, Walter Winchell era su todopoderosa divinidad. El periodista más temido y mejor pagado de América, dio tal publicidad a través de una columna que seguían alrededor de 50 millones de americanos, que sería justo decir que se puede otorgar gran parte del triunfo del Stork Club a su viperina redacción. 

Winchell creó un nuevo y fulminante lenguaje para retratar las personalidades del Stork Club. Las frases cortas o la hábil invención de palabras como 'presstitute' o 'chicagorilla', fueron sus señas de identidad y objeto de imitación de toda publicación sensacionalista. El gossip* dio un giro enorme hacia lo que ahora vivimos como una especie de adoración a las celebridades. En consonancia con la también afilada y virulenta lengua de la columnista Louella Parsons*, la difusión de todo rumor, escándalo o situación comprometida, hizo crecer un poder y una influencia mediática, que eran usados con suma acrimonia. El público estaba hambriento de carnaza y su inmisericorde columna era el alimento perfecto, unas veces demasiado especiado, pero suculento, en cualquier caso. Su explosiva personalidad fue trasladada al cine a través de personajes como el de J. J. Hunsecker, interpretado por Burt Lancaster en Chantaje en Broadway (Sweet Smell of Success, 1957, Alexander Mackendrick) o con el más relamido y fascinante Waldo Lidecker, por obra y gracia de Clifton Webb, en Laura (1944, Otto Preminger).


Merle Oberon y Walter Winchell conversan en la Cub Room. Imagen vía LIFE© | John Phillips – Time & Life of Pictures/Getty Images
Merle Oberon y Walter Winchell conversan en la Cub Room.
Imagen vía LIFE© | John Phillips – Time & Life of Pictures/Getty Images 


La clave está en las manos


Algunas de las ilustres personalidades que recorrieron sus salones fueron, entre otros, los comediantes Milton Berle o Lucille Ball; las bellezas de Ava Gardner y Marilyn Monroe, familias con la influencia de los Kennedy, grandes actores como Humphrey Bogart o Spencer Tracy, directores de la talla de Orson Welles, Alfred Hitchcock, Vincente Minnelli o John Huston y las glamurosas Lana Turner, Elizabeth Taylor o Grace Kelly. Una innumerable lista que componía un rutilante firmamento de celebridades. Para todos ellos, Sherman Billingsley se convirtió en el perfecto anfitrión. Encantador y servicial, Billingsley fue un meticuloso maestro de ceremonias que agasajaba a sus clientes predilectos o se deshacía elegantemente de algún parroquiano poco afortunado. Esta pericia como anfitrión, tuvo en un elaborado sistema de señales y en la complicidad con sus camareros, unas armas difícilmente superables.

El sistema consistía en una serie de gestos que servían para alertar a su personal, sobre órdenes muy concretas y habituales o para resolver situaciones propias de una noche fastuosa cualquiera en el Stork Club. Un impresionante archivo fotográfico publicado por A Continuous Lean., propiedad de la revista LIFE, nos ilustra algunas de estas fascinantes maniobras. Unas señas mucho más sutiles que aquéllas empleadas en el béisbol, comprendían, por ejemplo, el uso del dedo apuntando hacia abajo para indicar que se sirviera otra ronda de bebidas


Merle Oberon y Walter Winchell conversan en la Cub Room. Imagen vía LIFE© | John Phillips – Time & Life of Pictures/Getty Images



… o ésta otra, en la que la mano abierta bajo la mesa, advierte al servicio de que la música en la sala principal está demasiado alta y no invita a la conversación.


Billingsley hace un gesto, que es observado atentamente por su camarero.
Imagen vía LIFE© | Alfred Eisenstaedt – Time & Life of Pictures/Getty Images


Un sinfín de recursos y estrategias que deberían ser referencia de todo aquél que se decida a emprender su propio negocio. Su célebre logotipo con la cigüena (stork) era exhibido en multitud de objetos, sobretodo en su famoso cenicero en blanco y negro, a modo de adelantado merchandising. Algunas de estas piezas son ahora excepcionales artículos de coleccionismo. Unos exclusivos regalos, ya mencionados, que en su mayoría eran realizados especialmente para el Stork Club o de los cuales se obtenía su distribución en exclusiva. El ejemplo más significativo de esto último, fue el desaparecido perfume francés Sortilege de Le Galion. Billingsley formó un grupo de inversores para asegurarse que dicha fragancia sólo podría obtenerse en su local.


Sólo una muestra de los obsequios que ofrecía Sherman Billingsley a sus clientes preferidos, entre los que figuran frascos de Chanel nº5, coñac francés Napoleón, medias de seda y todo lujo posible.
Imagen vía LIFE© | Alfred Eisenstaedt – Time & Life of Pictures/Getty Images


Todo ello no hacía más que generar una potente conciencia de marca en la sociedad de la época y, aunque pueda calificarse de frívolo, llegó a tener una colosal repercusión. Gracias a esta ostentosa filantropía, el glamour de su clientela, su restrictiva entrada y el constante zumbido sensacionalista de Walter Winchell, el Stork Club se convirtió en un sueño de estilo de vida que cualquiera anhelaba proyectar. La prensa y el gobierno sabían de su importancia en el imaginario colectivo, pues su nombre se hallaba dentro del vocabulario familiar del momento y no dudaron en emplearlo para implicar a la población, especialmente durante la Segunda Guerra Mundial. En esta época, tres bombarderos fueron bautizados con el nombre del club y Billingsley encargó a la famosa joyería Tiffany & Co, la producción de unas insignias de plata con su logo para que fueran llevadas por los miembros de su tripulación.

Además de su particular programa de televisión llamado, como no podía ser de otra manera, The Stork Club, en el que el propio Billingsley se acercaba a las mesas más ilustres y él mismo entrevistaba a sus huéspedes; el cine se encargó también de reflejar la trascendencia de este establecimiento. Entre las películas más conocidas destacan Eva al desnudo (All About Eve, 1950, Joseph L. Mankiewicz), en la que vemos a sus personajes departiendo en la famosa Cub Room o a través de, un siempre atento, Alfred Hitchcock con su film basado en hechos reales, Falso culpable (The Wrong Man, 1956), en el que Henry Fonda interpreta a un bajista del Stork Club y en el que se rodaron también varias escenas.


Escena de Eva al desnudo con la sala Cub Room (Stork Club).
Escena de Eva al desnudo con la sala Cub Room como escenario.


That's Life… El inevitable declive


Como todo fuego fatuo, la llama de este establecimiento acabó por extinguirse. En 1951, un sonado desaire a la artista Joséphine Baker, que acusó al Stork Club y a Walter Winchell de racismo, produjo el primer desgarro en la, hasta el momento, impoluta imagen del local. La leyenda apunta a que la intérprete, después de ser invitada a regañadientes, esperó durante más de una hora que la sirvieran, para luego marcharse hecha una furia de la mano de la actriz Grace Kelly, una habitual del club. Este suceso originó un sinfín de protestas y avivó el descrédito hacia Winchell y hacia Billingsley.


Protestas por discriminación racial se sucedieron fuera del Stork Club (1951).
Protestas por discriminación racial se sucedieron fuera del local (1951).


A mediados de la década de los 50, la costa oeste de Estados Unidos experimentaba su ansiado auge como destino turístico. Hollywood, San Francisco o Las Vegas, competían con una costa este que parecía quedar cada vez más anquilosada en la nebulosa de otros tiempos. En 1956, por primera vez, el Stork Club perdió dinero. Los sindicatos empezaron a organizarse para defender a los trabajadores del local, ante la prohibición de Billingsley que, como Walter Winchell, veía estas acciones como el temido ensalzamiento del comunismo que el senador McCarthy* se encargó de denunciar y perseguir. Todos estos sucesos marcaron el fin de una era, el fin del Stork Club.

Después de ser derribado en 1965, el establecimiento fue sustituido por un pequeño parque llamado Paley Park, en honor de William S. Paley, director de la cadena de televisión CBS que financió su construcción. Un espacio abierto que, paradójicamente, en nada se parece a la exclusiva fortaleza que representó el legendario recinto. Sin placas, sin emblemas, el fulgor de las estrellas que lo frecuentaban o el imponente lustre de sus obsequios, sólo permanece en la memoria de quiénes participaron de tamañas vivencias.


Un instante capturado en la majestuosa sala de fiestas de Nueva York, el Stork Club. Imagen vía LIFE© | Alfred Eisenstaedt – Time & Life of Pictures/Getty Images
Un instante capturado en la majestuosa sala de fiestas de Nueva York, el Stork Club.
Imagen vía LIFE© | Alfred Eisenstaedt – Time & Life of Pictures/Getty Images


Es innegable que toda su ostentosa liturgia y su exuberante leyenda, producen, incluso hoy en día, una fascinación que perturba. Una atracción que deseo contribuya a conocer con más amplitud una etapa del cine repleta de anécdotas, de hechos históricos y de vivencias que se han convertido en su emblema. Es del todo imposible entender esta época dorada sin entrar y dejarse seducir por estos locales de cine. De ahora en adelante, antes de entrar en un local, recordad, glamour, toujours glamour.



*Sherman Billingsley
(1896 - 1966) Antiguo contrabandista y dueño y fundador del nightclub más famoso durante la época dorada de Hollywood, The Stork Club. Originario de Oklahoma, se trasladó a Nueva York dónde se forjó una increíble carrera como anfitrión. Sus manos fueron la clave de su éxito, con ellas saludaba, mandaba y orquestaba cada noche en el Stork Club. Más información en LIFE Magazine 

*speakeasy
Local clandestino en el que se vendía de forma ilegal bebidas alcohólicas durante el período de la Prohibición o la Ley Seca (1920 - 1933).

*William Randolph Hearst
(1863 - 1951) Periodista, editor y magnate de la prensa estadounidense, que se convirtió en uno de los personajes más influyentes y poderosos del país. Inventor o promotor de la llamada prensa amarilla o sensacionalista. Su tremenda personalidad fue la base del personaje interpretado por Orson Welles en Ciudadano Kane (Citizen Kane, 1941, Orson Welles).


*gossip
Chismorreo o rumor sobre los asuntos personales o privados de otros. Se refiere también a un tipo de prensa que cuya práctica se sustenta en el uso de habladurías y la difusión sensacionalista de la información.


*Louella Parsons
(1881- 1972) La primera columnista de espectáculos estadounidense, con una enorme influencia en los designios de Hollywood. A través de su programa de radio y columnas periodísticas, sentenciaba o ensalzaba las carreras de los actores y actrices del momento. Más información en EL PAÍS

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