Grandes clásicos | 'La diligencia' (1939)

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Cómo ya comentábamos en el post anterior, pocos años han dado al cine tantas obras maestras como 1939. Hoy celebramos el 80 aniversario del estreno un 3 de marzo de uno de los westerns y de los films que más han influenciado el séptimo arte. Y es que enfatizamos la palabra ‘arte’ cuando hablamos de La diligencia (Stagecoach, 1939, John Ford). Un auténtico prodigio de narrativa cinematográfica, herencia evidente del paso por el cine mudo de su director, y con un guión que aúna acción, romance y una lúcida mirada hacia la condición humana y la hipocresía social. Independientemente de la época y los convencionalismos victorianos, es una visión la que presenta el film que todos podemos reconocer. Pocas apariciones tan deslumbrantes como Monument Valley y John Wayne enfundando un Winchester como Ringo Kid. Desde su magnífico arranque y presentación de personajes, pasando por su delicado desarrollo y su rotundo final; Ford nos guía a través de este viaje cuál brillante director de orquesta marcando los tempos en el momento preciso. Preparen sus pasajes.

“John Ford fue mi maestro. Mi estilo no tiene nada que ver con el suyo, pero La diligencia era mi película de cabecera. La he visto más de cuarenta veces”. 
– Orson Welles

Stagecoach, 1939, John Ford


La “redimensión” del western


Aunque John Ford es indiscutiblemente el maestro de este género, en el año 1939, 13 años separaban La diligencia de su último western allá en 1926. Durante la década de los 30, este tipo de películas habían quedado relegadas a espectáculos de menor envergadura en favor, por ejemplo, del cine de aventuras. Los astros se alinearon para que los espectadores de las salas de cine de finales de tal década sufrieran el síndrome de Stendhal. En otras palabras, la sobreexposición a obras de arte especialmente bellas o presentes en gran número en un mismo lugar(1). Léase definición no autorizada del año 1939 en términos cinematográficos. 

A partir del relato corto “La caravana hacia Lordsburg” (“The Stage to Lordsburg”, 1937) escrito por Ernest Haycox, cuyos derechos adquirió Ford, se basó el fantástico guión de La diligencia. Dudley Nichols y Ben Hecht, éste último sin acreditar, fueron los encargados de convertir esa historia en un libreto en el que la clave reside en su brillante construcción de personajes. Y por primera vez en el género del western, se presentaban personajes que no eran únicamente 'buenos' o 'malos' sino mucho más complejos. Con sus virtudes y sus defectos, con sus proezas y sus errores. Aunque en el film nos movemos con arquetipos, existe una clara voluntad de romper al mismo tiempo dichos estereotipos. Sin duda, un avance sustancial para un género que, como en el caso del musical, solía repetir una línea argumental una y otra vez. 



Thomas Mitchell en La diligencia.

Los diálogos crean la riqueza de matices de estos personajes y de grandes frases está plagada La diligencia. Un claro ejemplo para mí, es el arsenal verbal con el que cuenta Doc Boone, interpretado por Thomas Mitchell, con perlas como “Somos las víctimas de un morbo infecto llamado prejuicios sociales, muchacha (…)” o “Bueno, ya se han librado de las ventajas de la civilización…”. Imprescindible actor que ese año se llevaría el Oscar como mejor actor secundario por este film, además de participar en Lo que el viento se llevó (Gone With the Wind, 1939, Victor Fleming & otros) y Caballero sin espada (Mr. Smith Goes to Washington, 1939, Frank Capra).


Berton Churchill y John Ford durante el rodaje de La diligencia.

La fructífera colaboración de Nichols y Ford en más de diez películas –comparable a la de Capra y Riskin(2)– produjo otros clásicos como El delator (The Informer, 1935, John Ford) o Hombres intrépidos (The Long Voyage Home, 1940, John Ford). Juntos, en la película que nos ocupa, “redimensionaron” el género del western y lo llevaron a ese lugar privilegiado en el que todo creador desea estar. Aquél en el que su obra conecta, inspira, deslumbra, influye y perdura. Dotados de tremendo ingenio y profunda sensibilidad, en este film las palabras se convierte en flechas más afiladas que las de los Apaches y las imágenes, en poemas visuales con encuadres dignos del Louvre. Pero que no se nos olvide, todo esto lo hizo John Ford con un solo ojo hábil. 


Han nacido dos estrellas 


Monument Valley es un escenario bien conocido por todo buen cinéfilo pero antes de 1939, sólo se trataba de otro paraje más, situado al norte de la frontera entre Utah y Arizona. Lo mismo ocurría con John Wayne. Hasta la fecha, un actor en ciernes en westerns de serie B pero que captó el ojo –repito, y qué ojo– de John Ford. Ambos, actor y paraje son, hoy en día, iconos absolutos el cine. 


Monument Valley en La diligencia.
Imagen vía Filasiete.

Sin embargo, ambas elecciones se encontraron con no pocos obstáculos antes de que La diligencia llegara a ser producida. Las principales razones fueron el presupuesto y la falta de “caché” de Wayne, especialmente. Y es que, en un principio, Ford llevó el proyecto de estudio en estudio, de productor a productor, sin éxito para obtener financiación. Momentáneamente, consiguió interesar a David O. Selznick pero, de nuevo, el escollo del reparto protagonista fue el principal problema. En ese momento se pensaba en Gary Cooper y Marlene Dietrich para los papeles de Ringo Kid y Dallas. Una petición que también realizó el que acabaría siendo el productor del film, Walter Wanger. No obstante, Ford no claudicó y finalmente Wanger accedió a regañadientes aunque ofreció sólo la mitad del presupuesto que el director tenía en mente.

El casting propuesto y mantenido por John Ford incluyó, además de Wayne y Claire Trevor, un fantástico elenco de actores y actriz secundarios que llevaron el texto original a terrenos miríficos. Maravillosas creaciones las de John Carradine como el sureño jugador y defensor de la decente esposa de militar encarnada por Louise Platt, el ya mencionado Thomas Mitchell, el inconfundible Andy Devine como conductor de la diligencia, el justo marshal interpretado por George Bancroft o el oportuno viajante de whisky al que da vida Donald Meek. Fue Trevor, en aquél momento, la que encabezó el reparto en cuanto a salario.


El reparto completo de La diligencia.

Por lo que se refiere al rodaje, además los preciosos exteriores, la película fue filmada en estudios, principalmente en el RKO Encino Ranch(3). Escenas míticas como la estelar aparición de Ringo Kid o el duelo final con los hermanos Plummer, fueron rodadas en estos platós. Sin embargo, lo que el espectador no olvidará son las secuencias que transcurren en tan gloriosos paisajes a medida que avanza la diligencia y atraviesa el majestuoso Monument Valley. Su árida belleza es filmada de forma poética como sólo Ford sabía captar. Se convierte en un duro espacio, en un protagonista más que exige lo mejor de cada uno de los personajes para sobrevivir. Hace añicos la hipocresía y presenta su verdadera realidad. Para algunos supone la redención, para otros la lucidez y, para alguno que otro, la sentencia final.

Al final de una puerta


En el cine de John Ford, como en el de Hitchcock, nunca debe sobreestimarse el valor simbólico de una imagen. Una puerta que se abre para Wayne en Centauros del desierto (The Searchers, 1956) o una que atraviesa junto a Claire Trevor en La diligencia, no supone un recurso visual gratuito. Su sensibilidad, erudición e inteligencia enmascaradas en un carácter rudo y dictatorial, se ponen de manifiesto con estos sublimes detalles que, para mí, hablan tan alto como los mismos personajes.

Si en la primera, la puerta puede representar una zona de tránsito entre dos mundos, en la película que nos ocupa, traspasarla significa entrar en la sociedad y, como apuntábamos, redimirse en ella. “Pasar el umbral”, en este caso un umbral iniciático, acostumbra a significar –tanto a nivel religioso como desde otros puntos de vista– el hecho de adentrarse a un estado nuevo, a una nueva condición. En el punto en el que vemos esta preciosa imagen y escena del film en la que se “declara” Ringo a Dallas, ambos personajes han pasado el umbral de cara a una sociedad que los marginaba, de cara al espectador. Han trascendido sus respectivas condiciones para, desde el punto de vista humano, situarse al mismo nivel sino incluso por encima que algunos de sus congéneres. Se han ganado el derecho de querer y ser queridos, algo que por otro lado debería ser siempre inherente al ser humano.


El umbral atravesado en La diligencia.

Ésta es para mí una de las escenas más bellas de la película y una de las historias de amor más genuinas del cine. Sólo quizás la última parte de La diligencia, con Wayne y Trevor caminando por Lordsburg para descubrir los orígenes de ésta puede superar en emotividad al “paso del umbral”. Estas son mis secuencias preferidas, a las que sumo la última escena con Thomas Mitchell y George Bancroft en el que supone casi un amago del famoso final de Casablanca (id, 1942, Michael Curtiz). Ahí es nada. Miradla de nuevo y ya me contaréis.

Stella: Digámonos adiós aquí.  
Ringo Kid: No nos diremos adiós jamás.



Notas

(1) Síndrome de Stendhal
Afección psicosomática acuñada a partir del autor francés Stendhal quién experimentó el fenómeno que se le atribuye en su visita a Florencia. Desde entonces, esas sensaciones, entre la patología y la sugestión, llevan su nombre y se han hecho un hueco en el imaginario popular como nos explican en ELPAÍS.

(2) Frank Capra y Robert Riskin
Una de las colaboraciones entre director y escritor más fructíferas y brillantes de la historia del cine. De 1931 a 1941 participaron juntos en ocho películas, entre las que destacan Sucedió una noche (It Happened One Night, 1934, Frank Capra), El secreto de vivir (Mr. Deeds Goes to Town, 1936, Frank Capra), Vive como quieras (You Can't Take It With You, 1938, Frank Capra) o Juan Nadie (Meet John Doe, 1941, Frank Capra).

(3) RKO Encino Ranch
Estudios de cine situados en Encino, California, y en los que se rodaron clásicos como La diligencia, ¡Qué bello es vivir! (It's a Wonderful Life, 1946, Frank Capra) o Duelo de titanes (Gunfight at the O.K. Corral, 1957, John Sturges).

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