Grandes clásicos | 'El abrazo de la muerte' (1949)

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Como ya apuntábamos en el post anterior, proseguimos febrero con más cine negro. En esta ocasión revisamos El abrazo de la muerte (Criss Cross, 1949, Robert Siodmak). En ella vuelven a coincidir Burt Lancaster –en su debut en el cine– y el director alemán Robert Siodmak después de la exitosa Forajidos (The Killers, 1946), para un relato fatalista en el que recupera ciertos elementos de su film anterior. También como Acto de violencia (Act of Violence, 1949, Fred Zinnemann), nos encontramos con la ciudad de Los Ángeles y la postguerra como telón de fondo, cosa que añade cierta continuidad a nuestra celebración de aniversarios de cine en 2019. El abrazo de la muerte, estrenada un 4 de febrero de 1949 y por lo que hoy celebramos su 70 aniversario, fue rodada en un estilo casi documental y se intuye la experiencia en género negro de su director. No en vano llegó a realizar hasta 12 film noir más que cualquier otro cineasta que abordó el género. Por supuesto, la escuela europea y el bagaje del expresionismo alemán, sobre el que hablaremos próximamente y del que bebe claramente Siodmak están muy presentes en esta cinta.

En 1949 el film noir se hallaba en un período ya de cierta madurez y es por ello que en El abrazo de la muerte vemos muchos de sus rasgos distintivos plenamente asimilados. Una femme fatale, un gángster, una voz en off, un flashback, un robo, una ciudad corrupta... Siodmak nos presenta uno de los films negros por antonomasia, quintessential como dirían en Estados Unidos. Como ya hiciera en Forajidos a partir de un texto adaptado de Ernest Hemingway, el director germano respeta cada coma y da preeminencia al diálogo a través de una cinematografía perfecta. En este caso, el guión fue de Daniel Fuchs que se basó en la novela Criss Cross de Don Tracy, publicada curiosamente el mismo año que The Postman Always Rings Twice,  primer y magnífico libro de James M. Cain. El tema de la inminente fatalidad está presente en ambas, aunque en esta cinta se presenta de forma mucho más sombría. Las mentiras, las traiciones o el "double-crossing" –de ahí el título original "Criss Cross"– conforman el trasfondo del film No hay concesión posible a tal condición humana y aquí va un spoiler en toda regla: los personajes están condenados desde el principio.


Yvonne De Carlo y Burt Lancaster en El abrazo de la muerte.

La expresionista fotografía de El abrazo de la muerte corrió a cargo de Franz Planer, también procedente de Europa y que realizó durante su carrera magníficas aportaciones en películas como Carta de una desconocida (Letter from an Unknown Woman, 1948, Max Ophüls), Vacaciones en Roma (Roman Holiday, 1953, William Wyler) o El motín del Caine (The Caine Mutiny, 1954, Edward Dmytryk). Una vez más, como ya mencionábamos, las calles de Los Ángeles y algunos de sus lugares emblemáticos, sobretodo desde el punto de vista cinematográfico, como la Union Station o el túnel de Hill Street aparecen de nuevo en escena en esta película. La ciudad representa siempre un lugar corrupto y opresivo en el género negro frente a la pureza del campo. Por ello, una cinematografía que se nutría fundamentalmente del expresionismo alemán –previamente citado–, enfatizaba todavía más su sordidez y su ambivalencia.


El túnel de Hill Street en Los Ángeles, en una de las escenas de El abrazo de la muerte.

A pesar de que, en mi opinión, los personajes que conforman el triángulo protagonista de este film están algo menos perfilados que los de, por ejemplo la anteriormente nombrada, El cartero siempre llama dos veces (The Postman Always Rings Twice, 1946, Tay Garnett); sus intérpretes realizan notables interpretaciones. Burt Lancaster como el pusilánime Steve Thompson Yvonne De Carlo como Anna, resultan muy convincentes en sendos papeles. Con perdón de ellos, debo decir que siempre preferiré las parejas fatales formadas por Fred MacMurray y Barbara Stanwyck en Perdición (Double Indemnity, 1944, Billy Wilder) o Robert Mitchum y Jane Greer en Retorno al pasado (Out of the Past, 1947, Jacques Tourneur). Dicho esto, para mí destaca Dan Duryea como Slim Dundee –fantástico nombre para un gángster– y merece una mención especial como uno de los más formidables villanos del cine clásico. Y es que su entrada en la última escena del film es de las que hielan la sangre. ¿No os parece?


Dan Duryea in Criss Cross 1949_Cine Gratia Cinema
Dan Duryea – también conocido por "la última persona a la que querrías invitar a cenar a casa"–
en la escena final de El abrazo de la muerte.


Como decimos, a pesar de que fueron estos personajes los que dominaron gran parte de la carrera de Duryea, supo dotar a cada mequetrefe, a cada gángster o a cada forajido de una impronta especial, según el género en el que se desarrollaba. Ya fuera en la comedia como en Bola de fuego (Ball of Fire, 1941, Howard Hawks), en el western como en Winchester 73 (id, 1950, Anthony Mann) o en el propio cine negro como en Perversidad (Scarlett Street, 1945, Fritz Lang), sus papeles aunque reconocibles, son siempre distintos. Fue, para mí, el gran duque de la perversidad y como en cualquier gran Clásico, garantía de rival de altura.

Aparece también en el film, otro notable villano como Stephen McNally que, en esta ocasión, se viste de "poli bueno". Aunque tal vez pensándolo mejor quizás su papel no diste tanto de sus malévolos roles... Como curiosidad dentro del reparto destaca una breve aparición de Tony Curtis en su debut en pantalla –aunque sin mención en los títulos de crédito–, años antes de volver a coincidir con Burt Lancaster en Trapecio (Trapeze, 1956, Carol Reed) y en la encumbrada Chantaje en Broadway (Sweet Smell of Success, 1957, Alexander Mackendrick).


Robert Siodmak dirige a Yvonne De Carlo y Burt Lancaster en El abrazo de la muerte.
Image vía Imdb.


Para destacar también es la labor de Siodmak, conocido como director de actores y por obtener de ellos brillantes interpretaciones. Resultó esencial en las carreras de varios de ellos, el caso más evidente que aquí nos ocupa es sin duda Burt Lancaster. Se suma a ello, su finura para desgranar historias sobre la tortuosa naturaleza del ser humano y para dotar de expresionismo y opresión los ambientes de sus films. Domina también Siodmak como pocos el ritmo narrativo que debe primar en el cine negro así es como, en El abrazo de la muerte, nos mete de lleno en la trama en sus primeros 14 minutos para luego –mediante un flashback– ponernos en antecedentes, de nuevo envolvernos en el presente y atraparnos en su trepidante media hora final. 



Es precisamente esta parte final del film con robo incluido, en la línea de otros grandes clásicos como La jungla de asfalto (The Asphalt Jungle, 1950, John Huston) o Atraco perfecto (The Killing, 1956, Stanley Kubrick), es para mí la mejor. El pulso de su desarrollo, la fuerza de sus imágenes y el vigor de su desenlace; teniendo en cuenta que estamos hablando de una película de hace 70 años... Me parece una genialidad. Ya hemos mencionado a la mayoría de sus artífices. Sólo nos quedaría hablar de la música de Miklós Rózsa, compositor también de las ya mencionadas ForajidosPerdición o La jungla de asfalto, un auténtico maestro también dentro del género. Sus partituras no sólo acompañan la narración sino que añaden tensión y crispación a lo largo del film. 


Espero que con la misma tensión esperéis la próxima entrega de estos aniversarios de cine pues, agárrense bien a sus asientos, nos esperan dos bestias del cine...


Próximamente...

Gunga Din (id, 1939, George Stevens) el 17 de febrero.
La diligencia (Stagecoach, 1939, John Ford) el 3 de marzo.

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